La carbonara es uno de los primeros platos que recuerdo haber dicho «¡madre qué bueno está!». También fue el primer plato que aprendí a cocinar (para poder comerlo sin depender de otros, claro), y también el primer plato que me atreví a cocinar para otros con bastante buena acogida (eh, que lo mismo me estaban mintiendo porque era un mico de 10 años, pero los datos están ahí para ser contrastados).
Lo malo es que, aunque es más simple que el peinado de Mr. Proper, aquí cada uno tiene su versión. Es matemático; siempre que le preguntas a alguien cómo se hace te dice que es facilísimo y que cómo no sabes hacerla. Después, si tu orgullo te permite seguir insistiendo, recibirás un método distinto por cada cocinillas al que le preguntes.
Por esto, por respeto a mi infancia y porque carbonara no hay mejor que la mía, aquí va la carbonara definitiva. Y de fondo, música de mi infancia: tupés y musicote.
Ingredientes (4 personas):
- 400 g de hélices
- 4 huevos
- 200 ml nata líquida para cocinar
- 250 ml leche
- 200 g bacon
- 100 gr de Parmesano rallado
- Sal
- Pimienta
- Aceite
Preparación:
Antes de nada una par de consideraciones previas antes de que empecéis a preguntar como locos:
- La carbonara no lleva cebolla en su receta original
- La leche es para aligerar la salsa y darle un toque más líquido cuando el huevo cuaje
- Haber elegido hélices no es fortuito. Los resquicios que aparecen como resultado de la helicoidalidad (eeefectivamente, me la acabo de inventar) tienen la buena costumbre de recoger toda la salsa que pueden. Como resultado hay una explosión de sabrosura sin precedentes
- Soy súper súper guapo
Una vez aclarado esto, empecemos.
Ponemos agua a hervir con un chorrillo de sal (sic) para darle más sabor a la cocción de la pasta. Cuando empiece la ebullición, añadimos la pasta y nos ponemos a mirar el reloj con un ojo, no sea que se pase.
En el mientrastanto, con el otro ojo, ponemos los huevos en un bol y batimos como unos campeones hasta que la consistencia del huevo sea tal que se deslice sin grumos entre las varillas.
Una vez conseguida la textura deseada, añadimos la nata, la leche, y sal y pimienta al gusto. Mezclamos hasta que se homogeneiza.
A estas alturas la pasta estará cocida y nosotros un poco estrábicos. Abrimos el grifo de agua fría y la dejamos correr mientras escurrimos la pasta para no destrozar las tuberías. Una vez seca, apartamos y rociamos levemente con aceite y removemos para evitar que se los macarrones se pongan cariñosos.
En la misma olla, echamos aceite y calentamos a fuego medio-fuerte hasta que echa humo. Ahí arrojamos las tiras de bacon y removemos hasta que se doren. Aquí empieza la magia, la parte delicada; es el momento decisivo donde se decidirá si nuestra carbonara será una delicia o un compendio aleatorio de grumos.
Bajamos el fuego todavía más (al 2 o 3 en una escala del 9), añadimos la pasta, removemos para mezclar el bacon y rápidamente echamos la mezcla de huevos, nata y demás gaitas. Ahora toca vigilar y remover con amor, añadimos la mitad del queso y seguimos removiendo delicadamente hasta que la salsa esté casi cuajada. Si somos cocineros visuales, este momento llega cuando la consistencia pasa de líquida a densa; cuando empieza a quedarse atrapada en los resquicios de las hélices. Como apoyo, o si somos más de oler cosas, también podemos reconocer el punto dulce cuando deja de oler a huevo y nata cruda. Otra opción es probarlos, pero existe el riesgo de comerse la cazuela entera.
Sea como sea, es mejor quedarse corto que pasarse, ya que con el reposo se cocinará un poco más.
¡Y ya está! Ahora solo queda servir los platos, añadir el queso parmesano al gusto y disfrutar de esta maravilla de las pastas. ¡Que aproveche!
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