Hace como tres semanas estuve visitando a una amiga en Suecia. el país es muy bonito, las costumbres muy pintorescas, el clima una basura, los españoles muy majos, las fiestas muy peregrinas, el Jägermaister muy marrón… Lo típico, vamos. El mayor problema es la comida. Con un sueldo de estudiante erasmus no te puedes permitir muchas maravillas, así que los precocinados cutres están a la orden del día. ¿Que qué hicimos? Pues obviamente estirar nuestro dinero todo lo posible: nos compramos 1 kg de albóndigas de las más baratas. ¿Que qué pasó? Pues que tenían un tiempo medio de vida en el paladar de 20 horas y nos pasamos hasta que me fui con un sabor muy albondigoso como protagonista de nuestro tragar saliva de cada día. Es que ni con alcohol se iba, y mira que bebimos, y mira que así acabamos algunos.
El caso es que le prometí a La Cari que cuando volviese a España le haría albóndigas para demostrarle que el mundo puede ser un lugar maravilloso y como hacía mucho que no cocinaba nada ni con curry ni con cerveza y tenía la tarde libre y medio kg de carne picada que me miraba con ojitos desde la nevera, el otro día decidí arriesgarme y dar un paso más hacia la excelencia culinaria y los platos que requieren un poco más de arte que simplemente «remover y calentar». Ha llegado la hora de dar vida a las albóndigas más monas de la ciudad: ¡las almóndigas!